lunes, 17 de agosto de 2009

¿Diálogo para el cambio o té con la Reina?


El circo poselectoral sigue ofreciendo funciones con distintos numeritos, de contenido heterogéneo; uno de ellos es el llamado mesa del diálogo.
Ante la invitación, los potenciales interlocutores adoptaron dos actitudes, a mi modo de ver, ambas erróneas.
Unos directamente se negaron a dialogar. Su argumento no deja de tener peso: el lugar natural del debate en una sociedad democrática es el Congreso. Lo que no se han detenido a pensar es si nuestra sociedad es democrática, y como yo creo que no lo es, creo también que es un deber el aprovechar cualquier escenario para el diálogo. Jugar al todo o nada cuando lo que está en juego es tan importante como el presente y el futuro de un país, me parece algo caprichoso y, sobre todo, improductivo.
Otros han concurrido a la cita, mostrándose en general satisfechos aunque manifestando que recién es un primer acercamiento, que aún falta mucho, y otros comentarios por el estilo.
La sensación del que mira desde afuera es que muchos de los que han concurrido parecen estar contentos por el simple hecho de volver a pisar la alfombra roja y de ser tenidos en cuenta... están contentos porque pueden concurrir a la ronda del diálogo, sentirse otra vez parte de la cosa. ¡Pero simplemente como quien concurre al famoso té con la Reina!
La política carece de sentido si no modifica la realidad. Y hasta la democracia se vacía de contenido si no genera políticas capaces de transformar la realidad. Dialogar por dialogar o para ganar (perder) tiempo o para sentirse importante y gratificado es una grave irresponsabilidad en los tiempos que corren. Hoy urge sentarse para ponerse de acuerdo sobre puntos esenciales que detengan nuestro camino hacia el abismo. Después podrá ser demasiado tarde.
Hay que discutir sobre cómo se revierte nuestra política de aislacionismo internacional, para reabrir los canales de recursos e inversiones. Qué señales enviar al mundo para volver a ser confiables (¡qué difícil!).
Cómo poner en marcha el aparato productivo – para ello, antes que nada, pacificar a la sociedad, descomprimiendo el actual nivel de desconfianza y hasta odio y beligerancia entre los distintos sectores y clases; si no se logra un acuerdo en ese sentido, será muy difícil. Ver cómo hacer para que los productores produzcan, los trabajadores trabajen, los maestros enseñen...
Cómo regresar a un sistema educativo y cultural que ponga en valor la búsqueda de la excelencia, la alegría de producir, el goce de la cultura.
Son muchas cosas, y nada simples. Justamente por eso es imperdonable que los dirigentes no quieran sentarse a dialogar o lo hagan sólo para tomar el té. Por supuesto que también es condenable convocar a reunión sólo para eso.En síntesis: al diálogo hay que ir, pero para exigir el tratamiento de los temas siempre importantes y hoy, sobre todo, urgentes.

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