Milei se ha preparado para actuar en guerra, por eso fue tan
exitoso en los primeros tramos de la gestión, porque recibió una situación tan deteriorada
que verdaderamente imponía una batalla sin cuartel, y fue muy diestro en ir
derribando a los “enemigos”, condicionantes de un statu quo muy enquistado, paralizante
y autodestructivo.
Cuando digo “enemigos”, me refiero tanto a circunstancias y
condiciones como a personas. Circunstancias de amplio espectro (ideologías
enquistadas, leyes y normas inadecuadas, etc.), personas y agrupaciones
(sindicalistas y líderes sociales corruptos y anacrónicos, opositores expertos
en bloquear todo cambio, empresarios acostumbrados a las prebendas y a
funcionar sin competir, etc.) e inclusive a la misma inercia en que vivía un
país tan acostumbrado a seguir profundizando su propia degradación durante
décadas.
Pero después de “voltear” a esos enemigos, se encontró con
un campo de batalla casi sin blancos a la vista y, como es un guerrero
compulsivo (preparado para actuar en guerra, pero “sólo en guerra”), comenzó a
destruir a los suyos; no supo parar. Así, diezmó su propio ejército y, en
consecuencia, le resulta difícil ahora dar nuevas batallas, porque se encuentra
sin la tropa necesaria.
Eso lo convierte en impotente ante la situación mientras el
enemigo, que fue diezmado pero no aniquilado, encuentra el campo orégano para
reagruparse y reiniciar la contienda.
La pregunta es cuál de los dos bandos será más eficiente y veloz en reorganizarse y dar las nuevas batallas, madrugando al enemigo.