Los comicios de los últimos tiempos vienen dándonos
innumerables sorpresas, a las que la prensa dio en llamar “batacazo” o “cisne negro”.
En cuanto al resultado de las últimas elecciones nacionales,
caben mil reflexiones. Las bibliotecas están llenas de
explicaciones para estos casos, desde El Príncipe de Maquiavelo en adelante, y
que tienen en cuenta tanto las características de los líderes como las de los
pueblos. No importa aquí si Massa o Milei son genuinamente líderes,
pero devienen en líderes por imperio de las circunstancias.
Maquiavelo dice que la cualidad esencial del gobernante (el líder) es la audacia, no el conocimiento de ciencias particulares:
para eso tiene ministros y asesores. No podemos dudar ni un instante que
audacia es lo que les sobra tanto a Massa como a Milei. Son más que audaces; son
temerarios.
En cuanto a las características de los pueblos, como un
pueblo es un agregado de individualidades, comparte muchas cualidades esenciales con los individuos. ¿Quién no conoce a algún masoquista? ¿Quién no conoce a algún
resignado crónico?
En cuanto al comportamiento de las masas, desde Ortega y
Gasset en adelante y también para atrás, abundan las explicaciones al respecto.
Me he cruzado en estas horas poselectorales con unos cuantos
amigos abatidos hasta el extremo. Sin embargo, aunque el resultado genere
bronca e impotencia en muchos, es una realidad en la que vivimos y, si no
aprendemos a convivir con ella, nos terminaremos enfermando.
Se trata de las reglas de juego de la democracia. No
significa que quienes abrazamos otros ideales y modelos no debamos seguir
trabajando para el cambio, pero que un tropiezo, por más dañino y grave que sea, no
nos desmoralice, no nos destruya.
No faltan quienes, en su bronca, culpan a los famosos
“cabeza de termo”, vagos planeros y cosas por el estilo y les echan toda la
culpa a ellos. Claro que tienen gran responsabilidad en esto, pero la realidad es que los ahora perdedores pusieron también mucho más
que un granito de arena. Hasta que no logren realizar una autocrítica
seria y desapasionada, será muy difícil de superar el tropiezo.
Personalmente, creo que Rodríguez Larreta con sus
ambigüedades e intentos de movidas inoportunas; el radicalismo con su notoria
falta de compromiso, su tibieza y su juego a dos puntas; Patricia
cuando se enganchaba con las provocaciones de Rodríguez Larreta y potenciaba la tensión; Macri con sus
idas y venidas, dictadas por un dogmatismo condicionante, Lilita con su
olímpica borrada… y podría seguir, pero no resultaría constructivo. No es de
afuera que tenemos que vociferar sobre estas cuestiones, lo importante es que
tomen conciencia los protagonistas y sepan capitalizar la experiencia.
Fue una gran oportunidad perdida; era el momento, como, en el fondo, todos sabíamos. Tal vez otro fallido similar sepulte las posibilidades de la Argentina de volver a ser un gran país por varios siglos.
Los que ya arañamos los 70 años de vida, hemos vivido
permanentemente en este marco de la realidad; hemos vivido y sobrevivido crisis
de todo tipo, desencuentros sociales furibundos, cambios de 180 grados
totalmente inesperados e impredecibles, dolorosos atentados subversivos, golpes de estado, hiperinflaciones, la
guerra de las Malvinas… Ya nos curtimos tanto que lo que acaba de suceder,
aunque pueda generar bronca e impotencia, no nos puede derribar. Hay que
levantarse y seguir adelante.
Creo que Milei cumplió con la misión encomendada: romper la
oposición; pero lo hizo con el aporte de ésta misma. Sin embargo, es muy
probable que aquí termine su epopeya porque, aunque su liberalismo cavernícola
pueda ser atractivo para cierto número de argentinos, dudo mucho que prenda en
la mayoría. Es cierta sólo a medias su aseveración de que los países que
progresaron lo hicieron a caballo del liberalismo; en todo caso, no del tipo de
liberalismo fanático y dogmático que él propone, sino de un liberalismo
realista, que supo convivir con otras ideas y otros contextos; en una palabra,
de un liberalismo pragmático. Lo que ofrece Milei, ya desde sus formas, es casi
monstruoso.
Para el improbable caso de que, aun así, llegara a ganar, esperemos que acalle ese monstruo intolerante que vino exhibiendo durante la campaña y haga realidad el gobierno respetuoso de las libertades y racional y probo en la administración de la cosa pública que promete. El problema con Milei es que su discurso (comunicación digital) se contradice con lo gestual y con su conducta (comunicación analógica); me pregunto cuál de esas facetas es la verdadera y cuál una simple actuación.
Así las cosas, era casi inevitable la victoria -relativa por ahora- de
Massa; gran conocedor de los tejes y manejes de las lides políticas; de las
presiones, de las extorsiones, de las amenazas. Y conocedor del mundo del
poder, que sabe a quién, cómo, con qué y cuándo hay que “tocar”.
Nos queda la esperanza de que, de ganar, cumpla con su
prometido gobierno de unidad nacional; que se desmarque del kirchnerismo, del
camino del pobrismo seudo progresista, y que apunte su conocido pragmatismo en
una dirección que, seguramente, no nos llevará a ser Suiza, pero que -al menos- tampoco
nos lleve a Venezuela.