jueves, 2 de octubre de 2025

DE LO FEO, VACUO Y BANAL

 


“Cada época tiene su pulso; hoy lo urbano captura la fugacidad y la urgencia: todo debe durar 15 segundos; si dura 20, aburre. Estamos idiotizados.“ (Iván Noble, entrevista en La Nación 02/10/25).

 Mi idea es que las cosas nos aburren si duran más de 15 segundos, no sólo porque estamos ansiosos, sino porque esas cosas que nos aburren son, de verdad, aburridas.

Vivimos consumiendo chatarra; videos o canciones sin verdadero contenido, textos con la profundidad de un charco; todo muy frívolo, superficial, en muchos casos incluso idiota.

Y no son sólo los medios; hasta la literatura se ha contagiado de este mal. He intentado leer algunos autores noveles y me llevé una sorpresa desagradable. Salvo honrosas excepciones, me encontré con obras sin densidad, sin verdadero contenido, salvo la anécdota. Finalmente me convenció la recomendación que me hiciera años atrás un buen amigo: “para novedad, los clásicos”. Y volví a los clásicos.

Tiene razón Noble. Es verdad que estamos idiotizados.

Hoy, gran parte de los que hacen de la palabra una profesión, no saben hablar ni escribir. Los discursos políticos, los programas periodísticos televisados y los artículos de la prensa están plagados de errores, tanto de ortografía como gramaticales; llenos de inconsistencias, frases mal armadas, giros idiomáticos utilizados incorrectamente.

Pero no hablo sólo de las formas; hablo del conjunto: no hay contenido en el discurso pero, para peor, tampoco se expresa con corrección. Así, viene a cuento aquella conocida máxima: “la forma hace al acto, como el cuño a la moneda”.

Entonces nos aburrimos, en parte porque estamos idiotizados consumiendo basura pero, sobre todo, porque están idiotizados los emisores de esos mensajes, de esa basura.

Recuerdo que durante mi adolescencia y juventud existía un lema en la sociedad, que se tradujo en varios libros que fueron best sellers y el tema era motivo de conversación pública: la “búsqueda de la excelencia”. Hoy la excelencia no interesa a nadie. Sólo interesa lo rápido y consumible.

Lo triste es que en esta pendiente de la mediocridad, no sabemos cuál será el límite. Tal vez, dentro de un siglo, nuestros descendientes anden nuevamente con taparrabos y cazando con boleadoras.

lunes, 22 de septiembre de 2025

MILEI EL GUERRERO

 


Milei se ha preparado para actuar en guerra, por eso fue tan exitoso en los primeros tramos de la gestión, porque recibió una situación tan deteriorada que verdaderamente imponía una batalla sin cuartel, y fue muy diestro en ir derribando a los “enemigos”, condicionantes de un statu quo muy enquistado, paralizante y autodestructivo.

Cuando digo “enemigos”, me refiero tanto a circunstancias y condiciones como a personas. Circunstancias de amplio espectro (ideologías enquistadas, leyes y normas inadecuadas, etc.), personas y agrupaciones (sindicalistas y líderes sociales corruptos y anacrónicos, opositores expertos en bloquear todo cambio, empresarios acostumbrados a las prebendas y a funcionar sin competir, etc.) e inclusive a la misma inercia en que vivía un país tan acostumbrado a seguir profundizando su propia degradación durante décadas.

Pero después de “voltear” a esos enemigos, se encontró con un campo de batalla casi sin blancos a la vista y, como es un guerrero compulsivo (preparado para actuar en guerra, pero “sólo en guerra”), comenzó a destruir a los suyos; no supo parar. Así, diezmó su propio ejército y, en consecuencia, le resulta difícil ahora dar nuevas batallas, porque se encuentra sin la tropa necesaria.

Eso lo convierte en impotente ante la situación mientras el enemigo, que fue diezmado pero no aniquilado, encuentra el campo orégano para reagruparse y reiniciar la contienda.

La pregunta es cuál de los dos bandos será más eficiente y veloz en reorganizarse y dar las nuevas batallas, madrugando al enemigo.

viernes, 1 de agosto de 2025

EL NUEVO GRITO FEDERAL – ¿Amanece una esperanza?

 


La novedad política más interesante de la semana la constituye, seguramente, el nuevo espacio lanzado por cinco gobernadores, desde una posición que se declara federal. Se trata de un espacio en estado embrionario, por lo que es muy probable que se agreguen más jugadores de aquí en más.

Hay elementos que permiten abrigar una moderada esperanza.

El principal probablemente sea que no se trata de un acuerdo entre partidos políticos, que entrañan siempre una carga ideológica que difícilmente resulta unánime; por algo son partidos distintos. Ese fue el caso de Cambiemos o Juntos por el Cambio. Se trató de una sociedad entre un Pro con una filosofía liberal moderada, con algunos vestigios desarrollistas, con la UCR, que ya hace tiempo devino en una especie de conservadurismo de izquierda, más una Coalición Cívica, con una mirada de centro, bastante similar a las democracias cristianas de muchos países. Así las cosas, mientras hubo un objetivo común -desterrar al pseudo peronismo kirchnerista- la cosa anduvo bien. Lograron importantes conquistas, tanto electorales como de gestión. Pero no había esa cohesión doctrinaria profunda que los hiciera fuertes no sólo en el corto y mediano plazo. Y, entonces, sobrevinieron el debilitamiento y la desintegración.

Ahora se crea un espacio unido con otro tipo de argamasa, más homogénea, aunque parezca más disímil. Su núcleo desafía la falsa antinomia que plantean los dos populismos que ocupan el centro de la escena actual. Uno “izquierdozo”, porque ni siquiera podemos definir al kirchnerismo como de izquierda, y el otro, de extrema derecha. Ese fue el péndulo histórico que destruyó nuestro país. Si revisamos la historia nacional, nos gobernaron casi todo el tiempo los populismos peronistas y radicales o bien los gobiernos militares, con sus recetas liberales. Las dos excepciones fueron el período desarrollista, derrocado militarmente, y el de Juntos por el Cambio, derrocado por los cantos de sirena de quien nos iba a llenar las heladeras y devolver el asado de los domingos. Hoy, espero, la sociedad ya comprendió que sin esfuerzo no se puede levantar cabeza. Pero ese esfuerzo será eficiente sólo si se da en un contexto adecuado.

Este nuevo espacio nace, al menos eso declara, con una filosofía distinta. Lo fundan gobernadores con responsabilidad actual de gobierno, conocedores de las necesidades del interior, donde palpita la vida real del país, donde viven o mueren las economías regionales, y no en las vidrieras circenses de la politiquería impuestas por el centralismo.

Prometen poner la mirada en el desarrollo, en el círculo de la economía real, no en el de la economía monetaria que, en la práctica, es subsidiaria de la anterior. No miran lo meramente financiero, importante por cierto, sino que nos desafían a explorar los senderos del crecimiento a partir de inversión y creación de empleo, no de simple emprolijamiento de las cuentas públicas. Esto último es importante, sin embargo, a pesar de ser necesario, no es suficiente.

El liberalismo cree en la mano invisible de Adam Smith: si ordenamos las cuentas públicas, el juego de la oferta y la demanda ordenan los mercados y, con ello, la economía. La experiencia enseña que esto no funciona en la realidad; sobre todo no en economías subdesarrolladas como la nuestra. La subsidiariedad del estado es importante en cierta etapa, como la actitud parental es fundamental en la niñez y adolescencia de las personas. Después de la madurez, es otra historia; pero nuestra Argentina está aun lejos de la madurez.

La inflación, cuando se produce en países desarrollados, con una estructura económica y social integrada, se manifiesta como fenómeno monetario, que se resuelve en ese mismo ámbito. Sin embargo, nuestra inflación tiene raíces estructurales y por eso, aunque se la pueda contener con métodos monetaristas como el actual, eso no funciona en el largo plazo.

Y, al margen de lo puramente económico, tanto el kirchnerismo como el mileísmo realizan un aporte mayúsculo a la desintegración social; a la crispación, a la polarización irreductible, al odio entre los que piensan distinto. Sin integración social y política no puede haber prosperidad económica ni, menos aún, desarrollo. Las sociedades sólo pueden realizarse cuando son “comunidad”. Hoy, ningún sector político está trabajando en ese sentido. Ni siquiera lo consideran.

Por eso es bienvenida esta nueva mirada, que proponen estos cinco gobernadores desde el nuevo espacio federal que nos ofrecen y que ojalá sume nuevos actores.

¿Lograrán lo que se proponen? - No lo sabemos, pero sí sabemos que las dos recetas con las que contamos hasta el presente, la del liberalismo por un lado y la de los distintos populismos por el otro, nos trajeron a donde estamos. Y no nos gusta donde estamos.

Por eso son una esperanza.


lunes, 5 de mayo de 2025

El cónclave para la sucesión de Pedro - EL SÍNDROME DEL CÓDIGO DA VINCI


Desde el fallecimiento del papa Francisco, los medios de comunicación se afanan por llenarnos de noticias referidas a Bergoglio como persona y como autoridad de la Iglesia, al papado como tal, al mundo cardenalicio y, creen ellos, a la religión Católica en sí.

No hace falta tener formación religiosa, teológica o doctrinaria; basta simplemente con ser un feligrés promedio, para observar con algo de decepción que los periodistas se reducen, salvo contadas excepciones, a simples opinadores con teclado, micrófono o pantalla. Analfabetos locuaces, como los definiera hace poco el Dr. Alberto Buela en un encuentro sobre filosofía en Llavallol.

Las más de las veces parecen ignorar la naturaleza y esencia de la Iglesia, así como el sentido y misión del papado. Según el caso, lo confunden con un club, con una ONG, con una organización política o con un movimiento solidario. Hablan y pontifican (valga la casual coincidencia) simplemente porque son periodistas y esta es la noticia del momento. Hasta los buenos periodistas, serios y calificados en otras disciplinas, han caído en esta tentación de opinar sobre un tema que desconocen, presumo que porque el rating exige que se hable de eso (la competencia lo está haciendo).

Precisamente porque ignoran lo nuclear, todo lo que hablan (informan y opinan) se refiere a cuestiones tangenciales, exhibiendo un importante desconocimiento sobre la naturaleza misma del papado, una función en esencia religiosa, que tiene como misión el cuidado de lo sagrado. La misión del Papa no es hacer política, aunque la hace porque vive inmerso en un mundo político; ni hacer trabajo social, aunque lo hace porque tiene que ver con la caridad, que está en la base misma del cristianismo. O sea, se habla sin cesar de lo colateral, lo accidental.

Basten un par de ejemplos. Escuché a un veterano y prestigioso periodista, haciéndose eco de una entrevista con un cardenal alemán, de apellido Müller, catalogado como conservador. Entre otras cosas – por seleccionar un solo tópico de dicha entrevista- el periodista interpretó que el cardenal dijo, sintetizando, que está mal ver la misa por TV, lo que, leyendo el texto del reportaje, resulta totalmente erróneo; no dijo eso. Dijo que no le parece bien que, en lugar de participar de la celebración de la misa en la propia parroquia, se la mire por TV. Entiendo que lo dicho por el cardenal se asimila al caso en que, por ejemplo, un padre invita a sus hijos a comer a su casa el domingo y ellos, en vez de eso, prefieren estar presentes por videoconferencia. Para los católicos, la misa dominical es el encuentro de la familia en la casa del Padre, representada por la capilla o santuario parroquial; entonces se desvirtúa el banquete y el encuentro de la familia. Sólo eso quiso decir el cardenal, pero quien no conoce el sentido ritual y la esencia de la vida comunitaria de la Iglesia, no puede comprender esas sutilezas.

Otro caso es el de los periodistas que en el debate hablan en términos yo diría futbolísticos: “y si ganara…” cuando aquí no se trata de ganar, como en una contienda deportiva. Más apropiado sería decir, por ejemplo "si fuera electo...". Puede parecer poco importante, sin embargo, las palabras tienen su peso y suelen exteriorizar lo que está pensando el emisor del mensaje.

En cuanto a los cardenales, podrá haber alguna excepción -enfermos hay en todos lados- pero, en general, lo que hacen es evaluar el estado de la Iglesia y del momento histórico y definir cuáles serían los caminos a seguir; en qué poner el acento. Y, a partir de lo anterior, ver quién responde mejor al perfil necesario.

También hablan de las grandes reformas de Francisco. Es cierto que Francisco imprimió un estilo muy particular, muy propio, pero no fue para adelante ni mucho menos; antes bien, su gran “revolución” fue acentuar lo profundo, volver al espíritu fundacional de la Iglesia; a la práctica de lo resuelto en el Concilio Vaticano II y, aún mucho más atrás, a la prédica de Jesús. No agregó ni un elemento que no estuviera ya en la esencia misma de la Iglesia, sólo le imprimió otro estilo y otro carisma.

Volviendo al tratamiento del tema, se pone en evidencia una vez más que, al ignorar la esencia, lo medular, se termina otorgando importancia central y desproporcionada a lo que no la tiene. No en vano reza el dicho que “cuando se banaliza lo sagrado se termina sacralizando lo banal”.

Todo esto, abonado a su vez por lo que yo llamo el “síndrome del Código Da Vinci”. Esa novela, y su posterior versión cinematográfica, no sólo fueron éxitos de ventas y de taquilla, sino que lograron que mucha gente confundiera la ficción con la realidad. Se creó así un mito de que hay algo no sólo misterioso, sino también oscuro y peligroso detrás del poder de la Iglesia. Manejos más que cuestionables y un maquiavelismo desatado en la lucha por ese poder, hasta llegar al “morir o matar”. Se decepcionarían grandemente si conocieran la verdad de las cosas. No hay tal poder detrás de la Iglesia, y tampoco tanta conspiración. El cónclave es, entonces, más una búsqueda de consensos en el disenso que una lucha a todo o nada.

Los cardenales tratan de encontrar al guía que lleve adelante de la mejor manera esa gran nave que es la Iglesia. Lo hacen con sus propias convicciones sobre el estilo y sobre la capacidad de los candidatos, pero muy lejos de toda esa novela de intrigas y violencia a punto de estallar que alimentan la fantasía popular y al periodismo diletante.

Todo esto, sin mencionar la asistencia e inspiración del Espíritu Santo, que es más que evidente si analizamos los últimos papados, por ejemplo a partir de Juan XXIII. Es notorio cómo cada papa vino con el carisma necesario, según eran las necesidades o crisis de cada momento, respondiendo a los "signos de los tiempos". Pero eso sería para desarrollar más ampliamente en otra ocasión.