Esto de querer torcer el rumbo infundiendo
miedo, no es un invento del Kirchnerismo, a pesar de que ellos se sientan inventores
de la patria y de la historia.
Ejemplos hay que remiten a la antigüedad más
remota, pero hay un caso que quiero compartir hoy, porque nos toca de cerca,
tanto en el tiempo como en el espacio.
Todos sabemos de Calfucurá, llamado el Napoleón
de las pampas, que, desde su asentamiento en Salinas Grandes, que era, de
hecho, la capital del sur del país, supo extender su imperio desde la pampa
húmeda hasta la Tierra del Fuego, mediante hábiles alianzas con otros caciques,
que tuvo en jaque a los sucesivos gobiernos, negociando con ellos de igual a
igual e imponiendo sus condiciones a sangre y fuego cuando lo consideraba necesario. Pero
no todo era sangre y fuego; su liderazgo se sustentaba en una gran
inteligencia, habilidad táctica y estratégica, fortaleza de carácter, tenacidad
y crueldad cuando hiciere falta.
A Calfucurá, que fue muy longevo, y hasta casi
sus 80 años lideraba a sus hombres en incursiones y malones que exigían una
gran condición física, lo sucedió a su muerte su hijo Manuel Namuncurá, que
heredó de su padre gran parte de su capacidad y habilidades.
Todo esto, sólo para ubicarnos históricamente
en el tiempo, el espacio y las circunstancias históricas. Estamos en el año
1876, en el sur del centro del país. Pero ahora volvamos al tema del título.
Para ello, me limitaré a transcribir en lo pertinente algunos fragmentos del
libro “El santito de la toldería”, biografía de Ceferino Namuncurá, hijo de
Manuel Namuncurá y nieto de Calfucurá, del autor Manuel Gálvez (Biblioteca Maestros del
Idioma – Editorial Apis – 1967).
Cuenta Gálvez (p. 143 y ss.): “Un sacerdote lazarista, el padre Jorge
María Salvaire, deseaba ir a los toldos de Namuncurá para rescatar cautivos.
Estaba con el cacique, mediante intermediarios, en muy buenas relaciones…
…Enterado de los
deseos de Salvaire, Namuncurá contestó que le vería con placer en Salinas
Grandes, para que instruyera y bautizara a las gentes de su tribu. Y le prometió
una escolta.
Ante tan buenos
propósitos, Salvaire se dispone a recorrer las cien leguas que separan Azul de
Salinas Grandes. Bien provisto de obsequios, que lleva en varios carros, sale
el 20 de Octubre de Azul y llega el 27 a Carhué, donde lo esperan treinta
indios que Namuncurá le ha enviado para escoltarle. Pero apenas parte la
caravana de Carhué, surgen, de entre los matorrales, indios que rodean a los viajeros,
aúllan ferozmente y levantan las lanzas amenazándolos. Salvaire, que va a
caballo, se les escapa, no sin recibir algunos latigazos en la espalda; y los
carros son lanceados. Y así, atacados noche y día, llegan el 1° de Noviembre a
los toldos de Salinas Grandes.
Namuncurá no le da la
mano al sacerdote, le niega amistad y protección y lo envía a legua y media de
su capital. ¿Qué ha sucedido? Parece que unos “cristianos” vendedores de
aguardiente, en el temor de ser perjudicados en su negocio, han difundido entre
los crédulos indios toda clase de absurdas calumnias sobre Salvaire. Han dicho
que el propósito de rescatar cautivos es un pretexto, pues ha venido como espía
del Gobierno y a embrujar y envenenar a los caciques y a desparramar la viruela”.
Creo que, a nuestros fines, no hace falta
agregar nada. Cualquier similitud con hechos recientes no es más que la
confirmación de que nada nuevo se ha inventado en esta querida patria, aunque
algunos se sientan inventores, creadores y refundadores de todo cuanto hay bajo el sol por
estos lares.