Resulta interesante ver cuántos “fariseos”
hay, que se rasgan las vestiduras, escandalizados por el atropello a la
Constitución Nacional por parte del flamante gobierno, cuando ellos mismos
forman parte del batallón de los que vienen haciéndolo de manera más artera -con
hábil disfraz de democráticos- desde hace años o incluso décadas.
Ante la gravedad del presente que supimos
conseguir, me hago una pregunta: supongamos que estoy cruzando una calle y
advierto que me va a pisar un camión, pero que me salvaría si me saliera de la
senda peatonal. ¿Qué hago? ¿Me inmolo por no desobedecer la norma de cruzar por
la senda peatonal, o me salgo para salvar mi vida? Eso no significa que a
partir de ahora ya nunca más vaya a cruzar la calle por la senda peatonal; se
trata de una circunstancia excepcional, en la que el dilema es de vida o
muerte.
El gobierno, en este caso, necesita
imperiosamente capitalizar el impulso inicial y la alta aceptación popular
(legitimada en las urnas), para iniciar con imprescindible energía los cambios
que la sociedad le encomendó. Para ello, busca los caminos que le parecen más
efectivos.
Si en ese camino se sale por una vez, para
evitar una tragedia, de la senda peatonal, no significa que vaya a hacerlo
sistemáticamente a partir de ahora, como algunos sugieren con maldad o picardía;
no significa que haya renunciado al republicanismo y a las normas
constitucionales. Si lo comparamos con quienes inician una dieta rigurosa, este
sería el “permitido”: una excepción a la regla justamente para que no fracase
todo en un juego a todo o nada.
De paso, conviene dejar en claro que los DNU
no son inconstitucionales, como algunos políticos, analistas y periodistas afirman
con cierta ligereza; están contemplados en la Constitución Nacional. Es
importante no confundir la esencia con cuestiones accesorias. Dicho más
claramente: no disfrazar las cuestiones accesorias de esencia.
Hay que considerar el nuevo contexto: un
gobierno holgadamente respaldado y legitimado pero que, por obra y gracia de
los mecanismos electorales vigentes, no cuenta con fuerza parlamentaria. Sin
embargo, tiene a sus espaldas la responsabilidad de cumplir su promesa a los
que lo votaron en holgada mayoría, lo que significa cumplir con un programa que
siempre estuvo claro: libertad y orden económico y social.
He aquí el gran dilema. Los que vienen
destruyendo la Patria desde hace décadas, siguen buscando la forma de hacerlo,
disfrazándose ahora de democráticos.
Ojalá prime la cordura, por el bien de todos;
POR EL BIEN COMÚN.