Se inicia, con el presidente Javier
Milei, un gobierno de corte economicista, con medidas seguramente necesarias en
esta primera etapa (para realizar el trabajo de "desmalezamiento",
como lo llamo yo, similar al que le tocó a Menem en su primer gobierno). Pero,
a partir de allí, corre el mismo riesgo que el propio Menem que, a mi criterio,
se quedó sin libreto propio y tuvo que entregar la economía al liberalismo de
Alsogaray, y ahí vino la debacle.
Cosa muy distinta a la que el
presidente Milei menciona en su discurso, con referencia al plan de shock de
1959. No es cierto que ese plan haya fracasado; sino que cayó en un complejo
atolladero y debió afrontar profundos problemas, con fuertes ramalazos y
desajustes en el corto plazo (otra vez el liberal Alsogaray en el medio, pero
esta vez impuesto por la presión de las Fuerzas Armadas y sus famosos planteos
al gobierno del Dr. Frondizi).
Sin embargo, detrás de eso, venía el
programa de desarrollo pergeñado por Frondizi y Frigerio, que abrió las puertas
a un periodo que trajo, entre otras cosas, la revolución del acero, como base
para el desarrollo de la industria nacional, y la revolución del petróleo, como
base de la independencia energética, con autoabastecimiento y generación de
saldos exportables. Eso le dio sustento (industria de base o pesada) al plan de
industrialización (industria liviana) que había iniciado Perón años atrás, y que
fuera un hito importante, pero no suficiente; un primer escalón en el camino
del plan de desarrollo, que Frondizi perfeccionó y completó otorgándole
autosustentabilidad a la industria -y, con ello, a la economía- al cortar con
la dependencia de insumos base (acero y energía).
Me viene a la memoria lo que le dijo
el rabino Wahnish a Milei en el acto de la Catedral: nuestro objetivo -como
humanos, frágiles- no es estar siempre firmes como una columna; es caernos y
levantarnos, las veces que sea necesario. Así ocurre también con todo proyecto
humano. Y exactamente eso sucedió en 1959: hubo una caída, una crisis, pero
sirvió para levantarse y generar el mayor proyecto transformador de la historia
reciente en nuestro país, cuyas consecuencias positivas disfrutamos durante
décadas, pese a la miopía del gobierno siguiente, que se dejó llevar por el
dogma de un falso nacionalismo.
Esto es lo que Milei no ve o no
entiende y rogamos que logre, con honestidad intelectual, una apertura hacia las
ideas del desarrollo, alejándose del dogmatismo liberal, para que no volvamos a
vivir otra frustración, que sería dolorosísima.
Es mi humilde opinión, y confío en
que a esta etapa liberal (que puede ser muy positiva en lo cultural, cortando
los hilos de la idiotización ideológica a la que nos sometieron durante años)
le siga una etapa centrada en el desarrollo (que no es mero crecimiento). En tal caso, entonces sí, volveremos
a estar entre los países líderes, como una de las potencias mundiales
nuevamente.