domingo, 17 de mayo de 2009

¿Presidente o Presidenta?

Entre las muchas sonceras argentinas de los últimos tiempos, esta denominación de “presidenta” viene a ocupar su lugar, no como una cosa grave en sí misma, pero sintomática.
El diccionario de la Real Academia admite, en realidad, la forma “presidenta”, pero lo hace bajo la acepción simple de “mujer que preside” (o sea, cualquier cosa, un club de barrio, una reunión...); en cambio, cuando el diccionario de la Real Academia se refiere a la Jefa de Estado, la designa expresamente como “Presidente”.
Tal vez fuera la misma Cristina la que decidió degradar su rango y denominación por una cuestión de feminismo; y todos los tontuelos de la manada la siguieron sin analizar si era correcto o no. Y esto, lamentablemente, comprende también a los periodistas, que deberían ser profesionales de la palabra. Es decir, si el pueblo tiene sus modismos no muy académicos, ello es aceptable, porque ocurre en el plano coloquial; cuando lo mismo se pone en letras de molde, o se utiliza en exposiciones públicas, entonces la cosa cambia.
¿Y cuál es el problema de todo esto? Hay varios. En primer lugar, como dije, es sintomático. Refleja ni más ni menos que el poco amor que tenemos a la lengua (tal vez ya no tengamos apego a ninguno de los valores que antes eran considerados como tales), amén de dejar al descubierto cierto facilismo, falta de profesionalidad, superficialidad, vocación de manada...
En segundo lugar, y lo que a mí más me molesta – les confieso – ¡es que suena tan feo! Pero si tenemos una palabra tan linda: presidente, quien preside, sin distinción de sexo... Así como estudiante es quien estudia, sea varón o mujer; principiante es quien se inicia en algo, prescindiendo del género, etc. etc.
Porque si seguimos ese criterio simplista de que lo femenino debe terminar en “a” para diferenciarse, cabe también lo opuesto, y entonces un periodista varón deberá comenzar a denominarse “periodisto”; los modelos (de pasarela; no el famoso modelo del artículo anterior) deberán dividirse entre “modelos” y “modelas”; y así, habría centenares de ejemplos, uno más horrible que el otro. Argentinos, ¡dejémonos de pavadas! Usemos la hermosa lengua que nos legaron como Dios manda.
Colofón: si algún lector fue a curiosear el Diccionario de la Real Academia de la lengua (aconsejo fervorosamente su uso) habrá descubierto un pequeño detalle final: el diccionario admite como última acepción la coloquial de “esposa del presidente”. Y ahora, ese lector se estará preguntando, como yo: ¿no la habrá traicionado el inconsciente a nuestra primera dama, digo presidenta, digo... ¡presidente!?

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