miércoles, 26 de agosto de 2009

Volviendo a Aristóteles y la política arquitectural

Quiero volver al tema de la política arquitectural (ver mi columna del 16 de agosto). Dejo de lado adrede el aspecto agonal, porque ya hemos advertido que está lleno de políticos dedicados a él.
Desde el punto de vista arquitectural, nos confunde el hecho de que existe muchísima gente dedicada a planear políticas, aportar ideas, desarrollar programas y proyectos técnicos en distintas áreas y disciplinas. Y diría aun más. Nuestro país está, gracias a Dios, colmado de especialistas descollantes, más que capaces, en todas las áreas. También está lleno de gente de gran vocación y buena voluntad, con ganas de trabajar, que se incorporan a equipos técnicos que elaboran proyectos, diseñan estrategias, a menudo hasta trabajan personalmente, sobre todo en lo social. Gente meritoria, excelente en lo que hace.
¿Pero entonces, por qué critico yo la falta de una política arquitectural en nuestra querida patria?
Porque eso no alcanza. Porque lo que falta desde ya hace mucho tiempo es el “gran arquitecto”, que coordine todo eso, que asigne prioridades, que encuentre cómo encastrar todos esos elementos para armar el gran rompecabezas que es la nación. Y cuando menciono al gran arquitecto no quiero referirme a una persona en singular -¡Dios nos libre de los personalismos!- sino a una clase política que sepa cumplir con esa delicada tarea, que es su deber esencial.
Para poner un ejemplo bien simple, relacionado precisamente con la arquitectura y la construcción en su acepción más simple: es como si tuviéramos los mejores fabricantes de puertas y ventanas, los mejores productores de cemento, ladrillos y materiales, los más hábiles albañiles, etc., etc. ¡Pero no hay nadie que sepa organizar todos esos recursos humanos, técnicos y materiales para construir una edificación medianamente digna!
Entonces, todos nuestros brillantes economistas, científicos, empresarios, trabajadores sociales, artistas, jurisconsultos, diplomáticos y educadores, desperdician sus energías en brillantes obras, geniales ideas, meritorios proyectos, que por desarticulados, por no estar integrados en un todo coherente, terminan siendo ineficaces para transformar la realidad nacional.
Ese “gran arquitecto” que nos falta es el estadista, el que tiene los planos y sabe dónde ubicar cada uno de los elementos. Cuando aparezca una nueva clase política que domine ese difícil arte; cuando haya un modelo a seguir (que aunque se menciona constantemente, es más que evidente que no existe por el momento), muy prontamente se dejarán ver los frutos.

4 comentarios:

  1. gracias x pasar x mi blog.
    el tuyo es muy interesante.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Willowcita. También disfruté mucho del tuyo.

    ResponderEliminar
  3. Es verdad lo que dices en la nota.
    Se oye más análisis de la realidad en la mesa de Mirta Legrand que en los comités y las unidades básicas.

    ResponderEliminar
  4. Tabano : tal vez algo de tu busqueda sea un escrito que vengo armando hace un tiempo, las tareas de un solo hombre son imposibles si la complejidad es basta, a eso muchas veces se llega con un consejo de mentes, pero los equilibrios en el seno son los delicados, y es la elaboracion del mismo todo un tema de reflexion, experiencia o empuje, viabilidad o utopia, este punto es el nudo.

    ResponderEliminar